
Se busca un reposo, acompaño mis manos a su lluvia sobre la madreselva, Gaia ganó en la pelea de castas mustias. Y sí, tengo la aprobación de la viña. Sí: tengo un compás de acompañante. Sí: colecciono dictaduras en todo límite, borde u orilla templada como una linda vibración de casi cualquier tono. Y un compás como ese (compases en la geometría difícilmente no son gemometría: como se dibuja un diamante, como se cultiva una esfera, como se trabaja entre las ramas y se da a luz a una espina, un compás se clava en un corazón, una gota recorre mi vestido haciendo formas de olas, y veo el mareo en este carrusel sediento) me tiene sin cuidado: soy la gema, soy la cueva y el minero. Soy el pájaro que duerme y muere, soy la que baila en el hoyo del volcán, que sueña con lámparas chinas, globos aerostáticos, un fino hilo pupilo de la plata, que no sabe reconciliar sus bramidos sin separar la bestia de la niña, la hija de la madre, no sabe qué es el fuego sin ceniza.
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