
Manos de pianista acecha. Manos de pianista rompe con velocidad el teclado. Manos de pianista que ruge al salir el sol.
Manos de pianista que sube por la soga. Manos de pianista nunca sale acompañada, porque si la sombra la contempla de día, no sabe decidir la hora. Manos de pianista siempre al lado del fogón, aleja las abejas que chisporrotean abrasadas. Manos de pianista estrangula, un antifaz que desborda este banquete de impunidad.
Manos de pianista: Crujes Como Espejo.
Manos de pianista: Tejes Como Araña.
Sui Hyung Yem
Era invierno en la casa. Se sabía porque la madera cruje como enferma, se desmorona y hay que fijarla con pastillajes, clavos, enlaces, hebillas, martillos, vencijas… el invierno está aquí. Cuando Casado (es mi marido) no está en la casa, presiento rumores de madera por cualquier rincón. Cuando está, su forma del silencio son los rumores de su piano. Y de mi silencio también. Es una época tremenda para el piano; si cuando hay calor se queja, cuando hace frío llora alucinado. Esto es porque la madera no debe estriarse, ni debe estar tensa ni muy laxa. Un piano como el de Casado ha sabido siempre pedir lo que desea, y mi marido no tiene corazón para negarle ni uno sólo de sus caprichos.
Recién mudados, no había más remedio que calentar la casa con jirones de madera que lográbamos arrancar del patio, la mayoría de los libros de la biblioteca sufrieron la misma suerte: salvar la madera del piano. Ni una silla quedó salva de la avidez de ese piano. Crujía de satisfecho. Casado lo acariciaba intentando sacar sus secretos que al calor del fuego ronroneaban como un gato mimado. Y en ese romance pasaban la madrugada, cada uno bebiendo del alma del otro. Casado suele decir que Atenea puede bien sentarse a tejer en las eternas vibraciones de las cuerdas de su piano.
Cuando no hay más tinta en su plumafuente, Casado recurre a mí para que lo asista en su trabajo. Por 40 años he sido la esposa del pianista, de un pianista con caligrafía perfecta. ¡Sus manuscritos podrían ser leídos hasta por cualquier vagabundo, si tuviese la oportunidad! Sentarse a escucharle o a verle escribir son, sin lugar a dudas, dos de mis actividades predilectas. Claro que imagínense pasarse la vida trapeando viejos estantes, evitando el polvo que envejece, el polvo que come la vida… el piano es una vieja forma ya del silencio, no existe obertura en mi oído que no esté ligada a la memoria de un plumero en el estudio, de sacudones a los viejos cojines del diván, o de emparejar las plumas del escritorio para que el artista no tenga que afilarlas, sino sea él mismo parte de su música divina, como el artista que es su creación. Atenea sí visita, no hay dudas. Con una escoba dorada colecto su estela de ¿plumas, sortijas, sortilegios? Ella, mi marido y su piano encima de cada vértice de una pirámide, un líquido recorre cada afilado costado… Atenea ha venido ebria ¿Qué despiden sus anillos más que tapices para la pared de la chimenea? ¿Oberturas de escenas de arabescos?. Si pudiese soñar… me limitaría a describir un gran paseo, un agujero por donde respirar la tierra donde no se sueña. Pero las estatuas no sueñan, y soy una estatua en la casa del pianista. ¿Cuántos sueños le hacen falta a una estatua? ¿Cuántas manos de pianista se necesitan para ser un pianista? A mi marido, le hicieron falta dos. Las mías, mis manos de pianista.
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